Nació el 22/01/1942. Estudió en la Escuela Municipal de Artes y Oficios, y luego en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Salvo un período de residencia en el Tigre, vive y trabaja en la ciudad de Buenos Aires, donde expone regularmente. Su obra creativa, mayormente acuarelas, se mantiene alejada de las clasificaciones. Expone desde 1965. Algunas de sus muestras: Corcoran Gallery, EE.UU.; Durini Gallery, Colección Marcos Curi, y más recientemente, Smithonian Gallery, Museo Caraffa, Museo de Artes de Neuquén, Museo de la Recoleta, y participó de la Bienal de Mercosur. Entre otros ha obtenido el Primer Premio del Banco del Acuerdo, el Primer Premio Encotel, fue premiado por la Asociación de Críticos y en 2011 obtuvo el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de Pintura.
No resulta fácil ubicar la obra de Fermín Eguía dentro del desarrollo del arte argentino, porque es una figura solitaria y atípica.
Eguía nació en Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut, en la Patagonia. Su formación la hizo en Buenos Aires de una manera tradicional. Asistió a la Escuela de Artes y Oficios y a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Mostró por primera vez individualmente en 1964. Ejerció la docencia y trabajó en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria como cartógrafo y maquetista. A estas dos tareas renunció en los años 70 para dedicarse de lleno a la pintura. Es durante esa década en que empieza a exponer sistemáticamente y su obra toma una línea que el artista seguirá durante mucho tiempo y de la que esta obra es ejemplo. El método pictórico de Eguía es convencional. La sintaxis es relativamente semejante a la de una figuración narrativa. Su amplia iconografía es lo que desconcierta, y no puede negar cierta filiación con lo surreal. Algunos de estos son: animales personificados, personas zoomorfas, seres humanos monstruosos (es típica la serie de las narices: personas cuya cabeza es una nariz), la naturaleza, cuando la hay, es amenazante. Aquí vemos una gallina antropomorfa con pechos humanos, entera y viva, sin embargo, servida en un plato, lista para ser comida sobre una pulcra mesa. La relación entre los elementos no es la habitual. Este artista pinta un contra-mundo.
No es raro que un artista como Eguía surja en la última parte de un siglo, que está casi tan poblado por robots, máquinas y computadoras, como por gente. Entonces, nos preguntamos qué clase de metamorfosis han sufrido los seres que habitan sus cuadros. Pues, parecen contrapuestos a una era tecnológica y cibernética. Se le oponen.
Si buscamos en la historia del hombre y del mundo encontramos una tradición para este tipo de expresión, que acompaña intermitentemente las representaciones del mundo hechas por el género humano. Como dijera, al referirse a Eguía, R. Martín-Crosa: "... habría que rastrear, probablemente, hasta el Bosco, hasta las gárgolas góticas que cuelgan su malévola ironía sobre los techos desde los pináculos de las catedrales"79. También Crosa ha señalado la extraña iluminación de sus cuadros, proveniente de una fuente externa y que hace resaltar las figuras, marcando sombras espectrales".
Este artista, probablemente, esté señalando aquellas partes del mundo, de la materia, del espíritu, que continúan siendo imperfectas. Mientras el progreso sigue hacia adelante, sin frenos, ni rumbo, una gran cantidad de seres humanos esperan, viven, se desorientan, sin saber para qué, ni dónde.
En los últimos años Eguía ha agregado a su imaginería habitual unos serenos paisajes del Tigre.
Mercedes Casanegra