El tajo de Fontana en la tela marca una de las rupturas más decisivas del arte del siglo XX. Al interrelacionar el espacio del cuadro con el espacio real desconecta automáticamente los códigos habituales de lectura del plano —pantalla—. Es un gesto a través del cual nos arrastra más allá de los confines del plano pictórico.
La tela deja de ser convencional espacio de la pintura y adquiere una dimensión vital, no-formal. Pierde además su carácter de superficie y asume valor de materia y por lo tanto de temporalidad y de energía.
Cuando Fontana hizo su primer tajo en 1955-1959, tomó conciencia del potencial de ese gesto, que era como una culminación de perforaciones iniciadas diez años antes, con distintas características y texturas. A esta serie de telas rajadas que no tenían pintura o eran monocromas, le dio el nombre de Attese (Espera). Al principio el tajo rompía verdaderamente la superficie y dejaba ver el muro, luego le añadió —como en el cuadro que se expone— un trozo de gasa negra para volverlo más oscuro y misterioso. A esta serie siguieron los Quanta, telas ovales o poligonales con uno o varios tajos; en 1959 las elementales masas esferoidales llamadas Naturaleza, laceradas por un corte, que deja los bordes heridos, como la presencia viva y vulnerable de un cataclismo cósmico.
Las ideas de Fontana están expuestas en el Manifiesto blanco de 1946 y en el Manifiesto técnico de 1951. El primero, fue hecho en Buenos Aires con un grupo de alumnos de la escuela Altamira de la que era profesor. En el tiempo que permaneció entre nosotros, su presencia debe haber sido estimulante para el medio artístico. Hizo esculturas interesantes como El hombre del Delta y cerámicas coloreadas, con formas que se dilatan y se agitan bajo la luz. Corresponden a una faceta de su personalidad que Omar Calabrese podría llamar neobarroca. Es este aspecto el que luego manifiesta en el gesto, la expresión, los colores fuertes, los materiales vistosos, en el vitalismo.
Si consideramos el peso que en su obra tiene la materia, con su obstinada opacidad y su fuerza insurgente; si consideramos la afirmación existencial que implica la valoración del gesto, si miramos a su barroquismo indomeñable, no podemos menos que asociar a Fontana con el Informalismo.
Pero justamente, la importancia de Fontana es su complejidad, es haber conjugado en el cruce de tantos caminos del arte del siglo, facetas tan diferentes; su geometrismo es anómalo, introduce factores de perturbación que lo apartan de la presunta seguridad racionalista; su uso de los nuevos medios de la tecnología desemboca en ambientaciones de sugestión surrealista (o de movilización del inconsciente); su trabajo sobre la expansión del arte se ordena en la reiteración o la serie para no dejarlo desbocado o muerto.
Fontana nació en Rosario, Argentina, y salvo breves períodos en nuestro país, de los cuales el último abarcó de 1939 a 1946, vivió siempre en Italia.
Fontana, figura clave, de una riqueza fuera de todo cálculo, exagerada y descomunal, confusa y heterogénea. Alguien que vivió la vida a borbotones.
Nelly Perazzo