Alfredo Gramajo Gutierrez, absorbiendo la forma popular del retablo, como también lo hiciera Frida Kahlo en México, presenta este tríptico con escenas religiosas populares: San José, la Virgen, el Niño, Cristo, exvotos, tejidos regionales sobre el piso, cántaros con flores y velas, un paño con signos de ángeles y cruces, personajes rezando y las imágenes cubiertas por todas las formas de la devoción popular: collares, puntillas, moños rojos.
Los colores chillones —seguramente locales—, los contornos de las figuras, cerrados, las formas, pesadas, descritas con minuciosidad, la composición densa. No hay jerarquización plástica y tampoco iconográfica de ningún tipo, todo está allí narrado al detalle. El narrador es Gramajo Gutiérrez, quien confiesa haber nacido "en ese ambiente brujo y milagrero". "Mi espíritu se alimentaba de tradiciones y consejos que andaban en boca de jóvenes y viejos, y en mi casa se consagraba culto a las más indetenidas creencias. (...) Las procesiones, las festividades del culto, las plegarias a los santos (...) y los velorios en que culminaba el dolor de todos, eran escenas de un realismo grotesco y exuberante que dejó imborrables huellas en mi infancia."24
De ahí el mudo fervor de sus escenas de costumbres, los mitos y las leyendas, su manera personal de presentar a los personajes, de subrayar sus rostros, sus vestimentas, los objetos que los rodean, el imaginario colectivo que los anima.
No es el caso plantearse si el tema pudo primar sobre sus valores plásticos, Gramajo Gutiérrez fue protagonista en nuestro país, posiblemente sin saberlo, del indigenismo que revalorizó las culturas y tradiciones indígenas en el arte latinoamericano de las décadas del 20 y del 30, tal vez como secuela de la Revolución Mexicana. En muchos de estos artistas la carga ideológica tenía un protagonismo señalado.
En Gramajo Gutiérrez, las connotaciones sociales se dan por añadidura y fuera de duda, no se trata de una admiración intelectual por lo popular, como el caso de Ribera, por ejemplo. Sus temas eran sentidos profundamente, muy vividos y nunca los abandonó porque no sólo eran el único terreno que pisaba seguro, sino que eran también lo único entrañablemente personal.
Gramajo Gutiérrez nos recuerda, con toda sencillez, que nuestros "proyectos cíe nación se han basado en relatos de identidad totalizadores, que disfrazaron la diversidad étnica y la marginación social de grandes grupos"75.
Allí están para recordarlo La feria de Simoca, Procesión del Señor del Milagro, El mercado de Añatuya, Aguateros de Aymogosta, entre otros.
Nelly Perazzo