En la Historia de la Pintura Argentina, la figura de Eduardo Sívori adquiere significativa trascendencia, no sólo por la jerarquía estética de su obra pictórica, sino también por haber sido uno de los organizadores de las actividades artísticas en el Buenos Aires del último cuarto del siglo XIX.
Nacido de padres italianos, en un hogar culto y de sólida posición económica, pronto manifestó su vocación por el dibujo y la pintura y tuvo ocasión de viajar a Europa, donde conoció las obras de los más afamados pintores. Pero la atención de los negocios familiares lo obligó a regresar a su ciudad natal, donde estudió pintura con el pintor francés Ernesto Charton de Treville y los italianos Francisco Romero y José Aguyari. Al mismo tiempo, promovió la fundación de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes (1876), junto con sus hermanos Alejandro y Carlos y sus amigos Eduardo Schiaffino, Julio Dormal, Alfredo Paris, Carlos Gutiérrez y José Agujari. (Este grupo avaló, años más tarde, la apertura de nuestro Museo Nacional de Bellas Artes —1896— cuyo primer director fue el pintor Eduardo Schiaffino).
Recién en 1882 pudo Sívori afincarse-en París y vivir allí casi diez años, perfeccionando su oficio en contacto con Jean-Paul Laurens, Collins y Puvis de Chavannes. En esa época captó las influencias del Naturalismo triunfante en el ámbito literario (Zolá, los Goncourt, Daudet), que había trascendido a las Artes Plásticas (protagonizadas por Gustavo Courbet); en tanto los pintores impresionistas luchaban por imponer un vocabulario distinto, informado por una renovada visión de la realidad atmosférica.
El despertar de la criada, presentada en el Salón de París en 1887, fue muestra elocuente de su afiliación a la pintura francamente prosaica practicada por los naturalistas. Estos desdeñaban la imaginación y la intelectualidad de la cultura tradicional y, al tiempo que rechazaban sus modelos, rendían culto a la realidad tangible de la vida cotidiana, buscando nuevos personajes en los más bajos estratos sociales.
Técnica suelta, oficio vigoroso, Sívori sigue sus pautas. Aplica generosos empastes de violentos efectos y colores tenebrosos, que crean armonías sordas dominadas por claroscuro semejante al de los lienzos de Caravaggio. Con excelente factura y lenguaje directo, logra expresar la plenitud del estremecedor desnudo femenino que, sorprendido en el sórdido cuarto de la servidumbre, parece desbordar los límites de la tela.
Después de esta primera etapa, al volver a Buenos Aires, y aunque había frecuentado también en París los talleres de los Impresionistas, no repite aquellas experiencias, sino que cambia su óptica, atraído por otros temas: pinta los retratos de sus familiares y amigos e, incluso, su propia imagen; dibuja y pinta escenas costumbristas y se dedica, con fina paleta y sensibilidad exquisita, a plasmar en sus telas el paisaje pampeano, logrando, al hacerlo, sus mayores éxitos.
En sus últimos años, enseña en su taller y desempeña varios cargos en instituciones artísticas de Buenos Aires, donde muere el 5 de junio de 1918. En su homenaje, lleva hoy su nombre nuestro Museo Municipal de Artes Plásticas de la Capital Federal.
Susana Fabrici